Hace casi exactamente 40 años, Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin se dirigían a la Luna a bordo del Apollo 11 para poner el pie en ella por primera vez en la Historia.
Pero durante 8 días, al igual que muchos otros astronautas en sucesivas misiones, estuvieron viajando por el espacio protegidos solamente por las finas paredes de los módulos espaciales. En ese tiempo, todos experimentaron algo que en los primeros tiempos no se atrevieron a contar por miedo a que creyeran que tenían algún problema: muy a menudo, veían «flashes» de luz, como pequeños destellos. Incluso con los ojos cerrados.
Con el tiempo, la NASA ha establecido que esos destellos, sin duda son un hecho y están producidos por rayos cósmicos que, atravesando las débiles paredes de las naves, acababan interactuando con los ojos de los astronautas.
Los rayos cósmicos son en realidad partículas subatómicas (casi siempre protones) que vienen del Sol o de cualquier otra parte del espacio profundo, a velocidades muy, muy altas. Tan altas como para que las detectemos. Solo hay que pensar que una partícula como un protón es del tamaño de 10-15 metros, así que ¡muy rápido debe ir para tener algún efecto visible!. De hecho, el récord de los récords se lo llevó una partícula subatómica observada en 1991…¡¡con la misma energía que una pelota de tenis a casi 100Km/h!!. A día de hoy, se especula con la posibilidad de que incluso la energía oscura sea una de las muchas y misteriosas fuentes de rayos cósmicos.
Aquí abajo en la Tierra estamos bastante bien protegidos de casi todos estos bólidos. Como se ve en la representación artística de abajo, cada partícula suele chocar con un átomo de la capa superior de la atmósfera, creando una auténtica reacción nuclear en cadena que da lugar a lo que se llama un «chaparrón de partículas«:
En este otro esquema (hacer clic para ver en grande), se ven algunos de los caminos que siguen estas reacciones. A nosotros, a la altura del suelo, casi siempre nos llegan solamente neutrinos (como si no contaran en la práctica), y radiación electromagnética, es decir, luz, calor o radio. Desde luego, nada visible a simple vista incluso con los ojos cerrados… ¡que raro sería dormir con esos flashes siempre cayendo del cielo!