En los laboratorios de ciencia pura empieza a ser difícil atraer discípulos. Y esto acontece cuando la industria alcanza su mayor desarrollo y cuando las gentes muestran mayor apetito por el uso de aparatos y medicinas creados por la ciencia.[…]
¿Qué nos significa situación tan paradójica?
Significa que el hombre hoy dominante es un primitivo, un Naturmensch emergiendo en medio de un mundo civilizado. Lo civilizado es el mundo, pero su habitante no lo es: ni siquiera ve en él la civilización, sino que usa de ella como si fuese naturaleza. El nuevo hombre desea el automóvil y goza de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol edénico. En el fondo de su alma desconoce el carácter artificial, casi inverosímil, de la civilización, y no alargara su entusiasmo por los aparatos hasta los principios que los hacen posibles.
Que buena descripción de la situación actual, ¿verdad? Lamentablemente se escribió en 1929 (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas), y muchas predicciones de su autor se han cumplido con escalofriante precisión. Continúa:
Spengler cree que la técnica puede seguir viviendo cuando ha muerto el interés por los principios de la cultura. Yo no puedo resolverme a creer tal cosa. La técnica es, consustancialmente, ciencia, y la ciencia no existe si no interesa en su pureza y por ella misma, y no puede interesar si las gentes no continúan entusiasmadas con los principios generales de la cultura. Si se embota este fervor -como parece ocurrir-, la técnica sólo puede pervivir un rato, el que le dure la inercia del impulso cultural que la creó.
A pesar de la pesimista predicción, parece que hemos conseguido sobrevivir otros 80 años y la vocación científica sigue existiendo… ¿durará? ¿o vivimos al final de uno más de los ciclos históricos, entre dos «edades medias» de incultura generalizada?