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¿Por qué tuvo tanto éxito el Cristianismo en los siglos I-IV?

Cuando el segundo templo de Jerusalén fue destruido en el 70dC, la secta cristiana sólo era una más de las numerosas sectas judías existentes. Tan sólo 250 años después, y tras una vertiginosa expansión, el Imperio la autorizaba como religión legal. Hoy resumo las virtudes y ventajas de estos cristianos primitivos, que tanto habrían tenido en común con el «espíritu 15M«, así como los defectos que aparecieron frutos… de su propio éxito.

Como todos los cambios sociales, ocurrió gradualmente y por una multitud de factores distintos. Por tanto, veamos qué tenía que ofrecer el cristianismo en distintos aspectos, uno por uno.

I. El misterio de la muerte

«¿Qué nos ocurre después de morir?». ¿Existe acaso una pregunta más universal y eterna?

Nos resulta casi imposible saber exactamente qué pensaban sobre este tema los pueblos bajo el imperio romano en los primeros siglos del cristianismo. Por un lado tenemos los autores de las élites intelectuales que dejaron algunos textos, pero por otro lado tenemos al pueblo llano que no dejo casi ningún registro de sus ideas.

Casi. Tenemos las inscripciones en las lápidas. Al igual que hoy día, en su inmensa mayoría se escribirían siguiendo «la costumbre». En teoría, existe una abundante literatura que sustenta el conocido escenario del Hades, el inframundo de los muertos, con su río y su barquero que lleva las almas a un lugar, un lugar casi geográfico, donde habitarían para siempre.

Lápida funeraria cristiana de los años 200. «D M», por «DIS MANES» es una dedicatoria a las almas/dioses del inframundo de los muertos, siguiendo la costumbre griega y romana. En griego «ΙΧΘΥC ΖΩΝΤΩΝ» es «los peces de los vivos», que junto al símbolo de los peces, fue el icono cristiano primitivo. La dedicatoria en latín «LICINIAE AMIATI BE / NEMERENTI VIXIT» me parece que alaba la bella vida del difunto Licinio, aunque si alguien tiene una mejor traducción se la agradeceré.  (fuente)

Parece razonable suponer que unos creerían en ese mito, mientras otros se mostrarían más o menos abiertamente escépticos. Pero la mayoría, igual que hoy, mantendría como mínimo las apariencias con las creencias comunes, por inercia.

Entre las excepciones que se han encontrado tenemos una fabulosa lápida en la que un recién enviudado y enamorado marido escribió un bello poema en griego [3]:

A los espíritus de la que nos deja, Cerillia Fortunatta,
una muy querida esposa con la que viví 11 años sin riñas.
Marcus Antonius Encolpus hizo ésto para sí mismo,
y para Antonius Athenaeus, su muy querido esclavo liberado, […]

Viajero, no pases de largo mi epitafio,
sino deténte y escucha,
y entonces, cuando hayas entendido la verdad,
puedes continuar.
No hay un bote en Hades,
ni un barquero Caronte,
ni un Éaco guardián de las llaves,
ni hay ningún perro llamado Cerberos.
Todos nosotros que hemos muerto y descendido
somos huesos y cenizas: no hay nada más.

Lo que te he contado es la verdad.
Ahora parte, viajero,
no vayas a pensar que,
aún muerta, hablo demasiado.

Lápida encontrada en Roma. Siglo II d.C.

Una reflexión interesante es que si alguien escribe este epitafio sólo es porque ve que a su alrededor, al menos parte de la gente, creía en el mito del Hades.

Las élites intelectuales (césares, historiadores, filósofos) dejaron multitud de opiniones en sus escritos: desde estar seguros de que el alma sobrevive al cuerpo, hasta justo lo contrario; aunque la mayoría quizás se mostraban simplemente agnósticos, dejando espacio para esa esperanza de que hubiera «algo más» [1].

¿Por qué el Cristianismo ofrecía en este tema una ventaja? Para entenderlo hay que dejar antes claro algo que, quizás, te sorprenda: ninguna religión occidental de la época aseguraba la supervivencia del alma. El culto a los dioses griegos y romanos sólo contenía el mito del Hades (que no convencía a muchos) y el Judaísmo, la religión monoteísta de la que el cristianismo formaba parte inicialmente, no dejaba claro qué pasaba con los muertos hasta que llegase la Resurrección Final. En efecto, el Antiguo Testamento no promete ni cielo ni infierno a los muertos –  otra cosa es que los judíos de la época creyesen cada uno lo que quisieran, al igual que hoy día.

Y aquí llegaban los mensajeros de un tal mesías llamado Jesús, prometiendo que tras la conversión a su religión, se alcanzaría la vida eterna tras la muerte en «el cielo». Y si eso no te convencía, traían otra «certeza»: que los infieles también tendrían vida eterna… pero de sufrimiento. Argumentos bastantes fuertes, la verdad. Yo me pensaría la conversión… «por si acaso».

II. Una multitud de dioses

En la antigüedad existía una tolerancia religiosa que hoy día no puede sino parecernos chocante: tú podías dedicar ofrendas a tu dios favorito en casa y tu vecino a otro distinto y nunca se os ocurriría discutir sobre ese tema. Existía una especia de conciencia de que, en realidad, todos los dioses eran más o menos igualmente válidos o equivalentes.

Pero no todos eran así de benevolentes: los judíos han formado históricamente un grupo más «radical» que los demás pueblos en cuanto a tolerancia, especialmente religiosa. Despreciaban a todos los demás dioses como falsos y condenaban a quienes les adoraban.

Por supuesto, la secta cristiana inicial formaba parte íntegra del judaísmo, y por tanto heredó esa animadversión a los demás dioses. En este aspecto, el cristianismo fue una «religión guerrera» en un mundo de cultos y religiones menos agresivas, lo que posiblemente les favoreció.

Pantheon,_Rome
La maravilla arquitectónica del Panteón fue levantada (por segunda vez) en ~126dC en honor a, como indica su nombre en griego, todos (Πάν) los dioses (θειον). (créditos)

En cualquier caso, la creencia en todos los dioses antiguos parece reservada a las clases bajas del pueblo. Aparentemente, los más pudientes y la «gente culta» no tenía demasiada fe en ellos [1].


III. Miedo al fin del mundo

Jesus formó durante su vida un grupo de seguidores, judíos naturalmente, en el contexto del judaísmo de la época. Dicha religión espera a un mesías, y muchos creyeron que Jesús había sido el elegido.

Entre la llegada del mesías, y su posterior resurrección al tercer día de muerto, muchos creían que el día del juicio final estaba cercano. El miedo a que el fin del mundo, el milenarismo, llegaría pronto se extendía como la pólvora.

Y el miedo, de nuevo el miedo, empujó a muchos a unirse a la única secta capaz de asegurar una salvación ante la inminente desgracia.

Se puede suponer que una mayoría de cristianos intentara convertir de buena fe a todos los paganos posibles por su propio bien – a sus ojos, los estaban salvando. Aunque existen algunos testimonios por escrito que indican que algunos parecían regocijarse pensando en lo que iban a sufrir y retorcerse de dolor los paganos que les contrariaban, no parece razonable tomar esto como norma.

IV. Perdón de los pecados

Los primeros cristianos tuvieron a veces mala fama por estar formados por lo peor de cada sociedad. Pero esto tiene una fácil explicación: siendo demasiado benevolentes, los cristianos acogían en su seno a cualquier malhechor, asesino o ladrón, mientras mostrase arrepentimiento de sus pecados.

Repudiados por la sociedad, estos desahuciados encontraron un «nuevo hogar» entre los cristianos, engordando sus filas, aún a costa de la negativa imagen pública que pudieran darles.

V. Eran milagrosos (tenían fama de tener «superpoderes»)

 
Los primeros cristianos estaban rodeados de historias asombrosas: don de lenguas, visiones, exorcismos (muy comunes), etc. Para muchos crédulos paganos, estos «superpoderes» debían apoyar la idea de que esta secta era «la verdadera».

Curiosamente, durante los primeros siglos incluso la resurrección de los muertos se convirtió en algo normal, que se podía conseguir “por medio de ayunos rigurosos y con las súplicas conjuntas de la Iglesia local, y las personas que así recuperaban la vida sobrevivían muchos años” [1].

O eso al menos es lo que cuentan… El griego pagano Celsus, escribió en 177dC el primer texto de la historia atacando al Cristianismo, donde alegaba:

¿quién querría recuperar su cuerpo? 

Algo así “sería vomitivo, peor que el estiércol” 

Celsus, 177dC [cita]

Cuando a Teófilo de Alejandría le retaron a que mostrase «un sólo hombre que haya recuperado la vida», de todos los que supuestamente resucitaban los cristianos, curiosamente fue incapaz de hacerlo.




VI. Una moral pura
 

Las vírgenes vestales eran unas sacerdotisas romanas. Incluso con castigos ejemplares, como enterrar vivas a las culpables de comportamiento impuro [4], parece que les costaba horrores mantener vírgenes a un séquito mínimo de sacerdotisas.

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Retrato de una mujer caracterizada de Virgen Vestal  (guardianas del fuego sagrado) ~1770 (fuente)

En ese contexto, muchos cristianos se mantenían vírgenes por voluntad propia lo que a ojos de los romanos, si bien podía tener poca utilidad en sí misma, al menos demostraba la gran voluntad de algunos de esos cristianos y les hacía merecedores de respeto.

Pero la cosa iba mucho más allá. Al principio, los cristianos llegaban a vender todas sus pertenencias para donarlas a la secta cristiana local, condenando a sus propios hijos a la pobreza. La comunidad se reunía en asamblea semanalmente o mensualmente, y con las aportaciones de todos, se hacía «comunidad de bienes» es decir: se repartía entre los que lo necesitasen. Se criaba a los numerosos niños que se abandonaban en la época, se cuidaba a los ancianos y viudas o a los enfermos.

Así mismo, se propugnaba la «obediencia pasiva» ante el imperio romano (un mal menor que, de todas formas no duraría mucho pues el mundo llega a su fin), incluso incitando a la «objeción de conciencia» para evitar participar en los ejércitos.

En esas asambleas además se debatía de religión, claro está. Pero si algo «malo» tiene una organización tan horizontal, es que cada comunidad acabaría tirando en una dirección distinta. Durante 200 años, no existía un «ideario» cristiano bien definido: unos pensaban que Cristo era divino, otros no; unos que el fin del mundo iba a llegar pronto, otros no; etc.

A cambio, todo fue más o menos bien sin luchas internas y parece que, en general, los bienes materiales de la secta se dedicaban mayoritariamente a ayudar a los más desfavorecidos.

Pero si hay algo que seguro no ha cambiado en 2.000 años es la psicología de la mente humana. El hombre ansía por encima de todo el poder: sentirse superior a los demás ya sea mediante posesiones materiales o por el dominio de un poder de tipo político.

En cada asamblea local se empezaron a alzar voces «de autoridad», y así apareció la figura de «obispo» como representante, o más bien «pastor» en el sentido literal, de la comunidad.

En el 325 dC, el emperador de un imperio ya claramente a favor del cristianismo convocó a más de 300 obispos locales en el llamado Concilio de Nicea que fue el primero donde se empezó a establecer por escrito qué significaba «ser cristiano». Así se decidieron la divinidad de Jesús, qué libros de los muchos existentes formarían los Evangelios, la ascensión a los cielos en cuerpo de María madre de Jesús, etc.

Pero el sutil cambio que poco a poco cambió la original estructura horizontal fue el rígido establecimiento de una jerarquía de opinión, donde el pueblo llano, por primera vez en la antigüedad, estaba separado del clero y no podía participar en los asuntos y debates sobre la fe: sólo acatar.

Aunque no parecen ser la norma, existen escritos que relatan las vergonzosas corrupciones de muchos de estos primeros obispos, que gastaban el dinero común en sexo, joyas o negocios particulares.

En cualquier caso, poco a poco la censura tajante de todo lujo (incluso llevada a niveles extremos) propugnada por los primeros cristianos, se fue olvidando:

Capítulos I a III:
Se censura el uso de prendas que no sean blancas, almohadas de plumas, maquillaje en mujeres, pelucas, mostrarse desnudos líbremente en los baños frente a hombres y mujeres. A los hombres se les censura que quieran arreglarse exteriormente demasiado: perfumes, afeitados, etc.
Capítulo IV: El cristiano alejado de la riqueza
[…] La inmundicia de la glotonería está demostrada por las alcantarillas en las que nuestros vientres descargan lo rechazado de nuestra comida.
¿Para qué fin acaparan tanta vajilla, si una única copa les bastaría? ¿Para qué esas arcas llenas de ropa? Y los ornamentos de oro, ¿para qué?
Esas cosas existen para ladrones, sinvergüenzas y para ojos avariciosos.
[…]
Debemos, por tanto, apartar de nosotros la multitud de vasijas y de copas de plata y oro.

El papa de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, anoche en la tradicional misa del gallo.

Por desgracia, tanto el tono misógino que ya aparece en esos mismos primeros cristianos, como la desaprobación de la tolerancia que existía en el mundo antiguo hacia la homosexualidad y bisexualidad, sí que parece enraizaron más profundamente en los obispos cristianos que sus otras muchas recomendaciones.

Referencias:
[1] Gibbon E. «Historia de la decadencia y caída del Imperio romano», 1793-94.
[2] Bynum, C.W. «The resurrection of the body in Western Christianity, 200-1336». 1995. Columbia Univ Pr.
[3] Edwards, C. «Death in ancient Rome». 2007. Yale Univ Pr.
[4] Tito Livio. «Historia de Roma», Libro 8.15 (online).

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